Ayer tuve un regalo maravilloso;  dos amigas vivieron a Madrid y aprovechamos unas horas para vernos y ponernos al día con los últimos acontecimientos de nuestras vidas.

Aprovechando que el calor nos daba un respiro, dimos un largo paseo por el Barrio de las Letras y el Madrid de los Austrias, empezando en la Plaza de las Cortes y acabando en la Plaza de Oriente.

Siempre he pensado que esa zona de Madrid es especialmente bonita pero ayer, paseé por esas calles con nuevos ojos. Mis  amigas no son españolas y, a pesar de conocer Madrid, todavía pasean sus calles con ojos de turista. Yo, me dejé llevar y en lugar de recorrer las calles como alguien que vive en ellas, lo hice compartiendo su mirada y dejándome sorprender por toda la información que, desde cualquier dirección, bombardeaba mis sentidos, haciéndolos reaccionar.

Las calles cobraron vida. Los edificios mostraron todo su carácter de años atrás. Los bajorrelieves de sus fachadas se iluminaban a nuestro paso, las pinturas se hacían más brillantes y las estatuas se presentaban ante nosotras con toda su majestuosidad.

Nos dejamos envolver por los sonidos; los vendedores de top manta con su discurso sobre las bonanzas de sus artículos; los guías de Madrid, compartiendo la historia de la zona con los grupos de turistas que, móvil en mano, no dejaban de hacer fotos a cada rincón. Parejas hablando…, sonido de pájaros, de conversaciones, de risas…, el llanto de algún niño y como ruido de fondo, el producido por los coches de los que Madrid está lleno y esta zona también, a pasar de sus restricciones al tráfico.

Me sorprendí ante la cantidad de cosas maravillosas que pocas veces somos capaces de percibir. Me sorprendí por la cantidad de vida que se despliega constantemente a nuestro alrededor aunque la mayor parte de las veces no la prestemos ninguna atención.

Por lo general, estamos tan absortos en nosotros mismos que no vemos nada que no este relacionado con nosotros o, concretamente, con nuestra situación temporal cualquiera que esta sea. Estamos tan perdidos en nuestros pensamientos que nos perdemos la vida que nos rodea y casi nunca nos damos tiempo para disfrutar la belleza de nuestra cotidianidad.

Lo que vemos en el mundo, es en gran medida una cuestión de elección. La mente puede educarse, podemos ejercitarla para parar la ensoñación y mantenerse en el presente. Hay mil cursos que nos pueden ayudar pero, por bueno que sea, ningún curso nos hará parar si nosotros no hacemos el esfuerzo, si no encontramos el beneficio de mantenernos en el presente.

La mejor recomendación para estar más presente en la vida me vino de Tal Ben Shahar. Durante una de sus conferencias nos recomendó leer una y mil veces el ensayo de “3 días para ver” de Hellen Keller.

Hellen, perdió el sentido de la vista y del oído cuando tenía 19 meses como consecuencia de una enfermedad y en su ensayo imagina lo que ella haría si pudiera recobrar esos sentidos durante tres días.

Os copio un extracto del ensayo, que leí en inglés, releí en español y vuelvo a releer cada vez que siento que la vida se me escapa sin mirar.

“Yo, que soy ciega, tengo un consejo para los que pueden ver: Usen sus ojos como si mañana fueran a perder la vista y hagan lo mismo con los demás de sus sentidos. Escuchen la musicalidad de las voces, los trinos de los pájaros, los poderosos acordes de una orquesta, como si mañana fueran a quedarse sordos.

Tomen y acaricien dada objeto como si mañana fueran a despojarles del sentido del tacto. Huelan el delicado perfume de las flores; deléitense con el sabor de cada bocado, como si nunca más pudieran volver a oler ni a paladear nada.

Disfruten al máximo de sus sentidos: gocen, a través de los diversos medios de contacto con que les dota la naturaleza, de todas las facetas del placer y la belleza que le mundo les ofrece”