El miedo a fracasar es uno de los grandes miedos, y en muchos casos inconfesable, que la mayoría de las personas tenemos. El miedo a fallar es tan grande que incluso nos asusta el aceptar que puede ser una opción.

Ese pánico se instala en la cabeza de una gran parte de la población en el momento en que alcanzamos determinada edad y a partir de entonces no hay nada que nos parezca más vergonzoso que mostrar al mundo que a veces fallamos.

La sociedad en la que vivimos, donde vivir de cara a la galería es cada vez más relevante, aceptar el fracaso es algo que no queremos permitirnos. Mantener constantemente una fachada, proteger de continuo una imagen determinada, se ha convertido en prioritario.

El precio que pagamos por mantener esa imagen impoluta es muy alto. No solo acaba con cualquier atisbo de naturalidad en nuestro comportamiento sino que, además, nos limita la creatividad y el aprendizaje.

La única manera que tenemos de aprender es cometer errores; arriesgar, caer, aprender de ello y volver a levantarnos. Algunas cosas  podemos aprenderlas de los errores de otros pero, lo importante, tiene que ser través de la experiencia propia. Esto es algo que los niños tienen completamente asumido. Están dispuestos a caerse una y mil veces para poder caminar, patinar o montar en bici. Ni a ellos, ni a nosotros nos gusta pero la diferencia es que ellos lo aceptan, aprenden del error y lo intentan otra vez.

Observa a un niño aprendiendo a patinar. Puede caer 100 veces pero se levanta 101. En su cara puedes ver una mezcla de ilusión, determinación y orgullo. Esas son las emociones que emanan del aprendizaje y esas son las que desterramos de nuestra vida, cada vez a una edad más temprana.

Cuando el miedo a fallar nos hace evitar el riesgo, estamos al mismo tiempo limitando nuestro potencial de aprendizaje y nuestras posibilidades de éxito.

Dean Simonton, psicólogo de la Universidad de California, investigó los trabajos de los artistas y científicos más famosos de la historia. Sus descubrimientos indicaron que existe una relación directa entre el número de éxitos y el número de fracasos. Aquellos con más éxito fueron también los que tuvieron mayor cantidad de fracasos. Por tanto, no fue casualidad que Thomas Edison, el genio científico más creativo de la historia fuera también el que fracasó un mayor número de veces.

Pero, no hace falta que recurramos a la historia para ser capaces de percibir esta relación. Si miramos a nuestro alrededor no tendremos que buscar mucho para darnos cuenta de que cualquier persona que haya logrado hacer algo en la vida no lo ha alcanzado a la primera. Lo ha hecho exponiéndose a fallar y fallando una y otra vez hasta conseguirlo, igual que cuando aprendimos a escribir o a leer. No hay otra manera.

“Si quieres aumentar tu ratio de éxitos, dobla tu ratio de errores”                                                                     Thomas Watson, Presidente de IBM