Si hablamos de compañías innovadoras probablemente a todos nos vengan a la cabeza las mismas. Relacionamos las compañías innovadoras con aquellas que están constantemente lanzando nuevos productos al mercado, con enormes presupuestos de marketing e importantes campañas de comunicación.

Esas compañías es evidente que están ligadas a la innovación, sin embargo, no es necesario ser Google o Apple para ser una compañía innovadora. Cuando me refiero a la capacidad de innovar me refiero a algo mucho más básico y a la vez infrecuente, me refiero a la capacidad de ir haciendo cambios constantes, buscando nuevas formas de hacer las cosas. No solo las cosas grandes, también las pequeñas e insignificantes.

Esta es la capacidad de innovar que realmente marca la diferencia entre los buenos y los mediocres. Solo una buena idea puede cambiar el destino de una vida o de una empresa, pero si esperas a que aparezca esa buena idea antes de actuar, puede que te pases el resto de tu vida esperando.

Aunque parezca una perogrullada, solo hay una manera de garantizarnos el poder tener una buena idea y es, tener muchas. Y además, tienes que entender que antes de tener una idea brillante habrás tenido muchas que no han sido tan buenas e incluso muchas que hayan sido malas.

Como individuos, podemos asumir el riesgo de probar nuevos caminos entendiendo que esas pruebas puedan implicar equivocaciones que tengamos que asumir como parte del camino, pero, cuando esto lo trasladamos al ámbito laboral es más complicado ya que no solo depende de nosotros.

En las empresas, es muy fácil trasladar toda la responsabilidad de aportar ideas a las personas que trabajan en ellas y no siempre están dispuestas asumir que esas personas puedan equivocarse. Viven en la incongruencia de exigir a sus empleados innovación y cambio constante y al mismo tiempo hacen de las equivocaciones un drama.

Todas las cosas nuevas implican un riesgo y las empresas que pretenden que sus empleados asuman ese riesgo, lo primero que tienen que hacer es crear  un entorno donde los errores se entiendan como parte del crecimiento y como fuente de aprendizaje.

Esto es lo que Amy Edmonson, denominó seguridad psicológica y la definió como el nivel de comodidad que tenemos que tener, como empleados, para poder equivocarnos. El garantizar un entorno psicológicamente seguro es un requisito previo para cualquier compañía que quiera ser innovadora y creativa.

Si ese no es el caso, si las empresas fallan en crear ese entorno seguro y en garantizar la seguridad de aquellos que se atrevan a introducir cambios en su trabajo, que no se extrañen de ver como año tras año las cosas se mantienen igual, al mismo tiempo que se incrementa la desmotivación y el descontento entre los empleados y comienza a huída desesperada de sus principales talentos.