Así empieza un post de Tony Schwartz en The Energy Project y me ha dado pié para reflexionar sobre lo que he aprendido yo.

El verano representa para todos un cambio radical de ritmo y de actividad. Durante unos días, la cabeza está libre de las preocupaciones diarias y le queda hueco para llenarse de emociones y sentimientos. Es un momento estupendo para reflexionar sobre ti, para prestarte atención y darte cuenta de lo que realmente eres y quieres en la vida.

He pasado un verano muy tranquilo viajando por Gales. Leyendo, caminado, en contacto permanente con la naturaleza y con un montón de gente nueva con la que compartía una cerveza en las distintas paradas.

¿Qué he aprendido? Podemos decir que he ratificado lo que ya sabía: para ser feliz no se necesitan grandes cosas.

Sentirme presente, parte del mundo. Dejarme fluir, no tener prisa. Dejar que el ritmo de mis pulsaciones baje hasta conectar con el ritmo de la tierra. Sentir quien soy y simplemente permitirme estar. Eso es lo que me ha hecho feliz este verano. Eso ha puesto una sonrisa permanente en mis labios y me ha llenado de ilusión por sentirme viva.

En esos momentos soy quien realmente quiero ser. En esos momentos me siento tan fuerte que podría escalar el Everest o alcanzar la luna con las manos. Me siento segura, serena y valiente. Dueña de mi vida y diseñadora de mi mundo,

Con ese sentimiento en el corazón he regresado a Madrid. Sé que aquí me esperan otras cosas, los problemas cotidianos, las prisas, los nervios, el estrés, pero me cogen con las pilas cargadas y una certeza clara de quien soy y que quiero que sea mi vida.

Todos hemos tenido experiencias similares. Momentos plenos donde nos hemos sentido conectados con nosotros y con el mundo. ¿Puedes recordar que es lo que hacía de ese momento algo diferente? ¿Qué es lo que hacía que por unos instantes tuvieras la sensación de ocupar tu sitio en el mundo?

No dejes pasar esas experiencias sin tomar consciencia de ellas. Una vez que las tengas grabadas en tu mente y en tu corazón se convertirán en un lugar al que regresar cuando sientas que tu vida se tuerce y los acontecimientos se descontrolan.

Allí, podrás reconectar con quién eres y con lo que de verdad te importa. Ese recuerdo se convertirá en un refugio al que podrás acceder siempre que quieras. Te dará seguridad, aumentará tu confianza y aportará más felicidad y productividad a tu vida.